Podemos creer que todo lo que la vida nos ofrecerá mañana es repetir lo que hicimos ayer y hoy.
Pero, si prestamos atención, percibiremos que ningún día es igual a otro. Cada mañana trae una bendición escondida; una bendición que solo sirve para este día y que no puede guardarse o desaprovecharse.
Si no usamos este milagro hoy, se perderá.
Este milagro esta en los detalles de lo cotidiano; es preciso vivir cada minuto porque allí encontramos la salida de nuestras confusiones, la alegría de nuestros buenos momentos, la pista correcta para la decisión que ha de ser tomada.
No podemos dejar nunca que cada día parezca igual al anterior porque todos los días son diferentes.
Presta atención a todos los momentos, porque la oportunidad, el “instante mágico”, esta a nuestro alcance.
Pero, si prestamos atención, percibiremos que ningún día es igual a otro. Cada mañana trae una bendición escondida; una bendición que solo sirve para este día y que no puede guardarse o desaprovecharse.
Si no usamos este milagro hoy, se perderá.
Este milagro esta en los detalles de lo cotidiano; es preciso vivir cada minuto porque allí encontramos la salida de nuestras confusiones, la alegría de nuestros buenos momentos, la pista correcta para la decisión que ha de ser tomada.
No podemos dejar nunca que cada día parezca igual al anterior porque todos los días son diferentes.
Presta atención a todos los momentos, porque la oportunidad, el “instante mágico”, esta a nuestro alcance.
El destino es un caramelo envuelto en la vitrina de una alacena desproporcionadamente grande, el tercer testigo de la de la epidemia a muerte que detrás de la ventanilla se puede observar, un caleidoscopio que un loco chimpancé inquieto, gira y golpea sin pausa y sin plan.
Desde la terraza de la casa grabamos formas en las nubes, que cuando las nombrábamos comenzaban a moverse formando otra figura. Durante esas tardes eternas, intentábamos descifrar el destino, en los caballos que emergían de mares espumosos, en las batallas panorámicas, llenas de lanzas y de fuero y de seres deformes que acechaban sobre nuestros parpados nuevos.
El destino estaba en las cartas que borro la lluvia, los cristales rotos contra las paredes mudas, la máquina de formula 1 con la que no buscamos ser los primeros en cruzar la bandera cuadriculada, todo se trataba de estrellarnos y rápido.
El destino es el hielo de un tatuaje nuevo cuando despertaste envuelto en las sabanas húmedas un sábado y con amnesia. Nada más que nada, que los días por caer, vieron llegar los años como estaciones de suerte.
La fortuna es este tic, esta mueca muda, es tocar el aire, un micro en la noche de la ruta, perder la memoria, dormir en el agua, alimentar a los ángeles.
Desde la terraza de la casa grabamos formas en las nubes, que cuando las nombrábamos comenzaban a moverse formando otra figura. Durante esas tardes eternas, intentábamos descifrar el destino, en los caballos que emergían de mares espumosos, en las batallas panorámicas, llenas de lanzas y de fuero y de seres deformes que acechaban sobre nuestros parpados nuevos.
El destino estaba en las cartas que borro la lluvia, los cristales rotos contra las paredes mudas, la máquina de formula 1 con la que no buscamos ser los primeros en cruzar la bandera cuadriculada, todo se trataba de estrellarnos y rápido.
El destino es el hielo de un tatuaje nuevo cuando despertaste envuelto en las sabanas húmedas un sábado y con amnesia. Nada más que nada, que los días por caer, vieron llegar los años como estaciones de suerte.
La fortuna es este tic, esta mueca muda, es tocar el aire, un micro en la noche de la ruta, perder la memoria, dormir en el agua, alimentar a los ángeles.
